jueves, 27 de diciembre de 2007

BREVE RESEÑA HISTORICA

En la Conquista
El vino, sin duda, llegó a Chile a través de los conquistadores españoles. Este producto, como parte de la civilización de occidente, ha estado ligado a las distintas actividades sociales, culturales y económicas a través de los siglos.
De ahí surge una de las principales teorías sobre su introducción a América, según se cree, en el segundo viaje de Colón: la imperiosa necesidad de proveerse de vides y vinos porque son parte elemental de la eucaristía de los católicos, algo absolutamente imprescindible cuando la conquista del continente se realiza en nombre de Dios y de los reyes... católicos.
Una faceta más anecdótica, pero nada de graciosa de los primeros pasos del vino en América, se reseña en los libros de historia: la orden dictada por el conquistador Hernán Cortés en 1524 para que se plantaran vides, pero con una especificación: mil sarmientos por cada 100 indios muertos.
A tal razón de crecimiento, las vides llegaron ya cerca de Chile, es decir a Perú, durante el siglo XVI. Sin embargo, no se sabe si las vides nacionales provinieron de esa zona o fueron traídas directamente desde España, especialmente por los conquistadores, por los mismísimos Pedro de Valdivia y Diego de Almagro.
En la Colonia
En esta etapa de la historia de Chile comenzó la actividad vitivinícola como tal, y su primer cultor fue Francisco de Aguirre, en la zona que hoy se conoce como Copiapó y La Serena (hoy en día existe una viña en esa zona con el nombre del insigne precursor).
El primer cepaje conocido es el denominado País, una nominación bastante literal: el cepaje del país, lo que en otros países americanos se conoce simplemente como Criolla. Se adjudica su incorporación a estas tierras al sacerdote jesuíta Francisco de Carabantes cerca de 1550. Un personaje que habitualmente se considera el gran precursor de los viñedos.
En cuanto a Santiago, las crónicas históricas citan indistintamente a dos pioneros con sus viñas: Diego García de Cáceres, que habría sembrado en 1554, y Juan Jufré de Loayza y Montesa, soldado que prestó servicios a Valdivia y que fue compensado con las encomiendas de Macul y Ñuñoa en 1546 (la actual Viña Cousiño Macul lo cita como su gran forjador histórico).
Sin embargo, según describe el cronista Alonso Ovalle, otro importante sacerdote jesuíta, ya existían en la capital del reino numeroso parronales, especialmente moscateles, aunque también cita uva Torontel, Albillo, Común Negra y la de Mollar. El fruto de estas plantas era comprado por el Cabildo de Santiago para elaborar vinos para las eucaristías.
Un elemento de peligro, según los cronistas, eran los araucanos, que en principio, cuando atacaban algún asentamiento, terminaban arrancando las vides. Sin embargo, está claro que aquello fue una práctica breve, ya que más bien se dedicaron a llevarse la uvas para fermentarlas y hacer lo que comúnmente se conoce hoy en Chile como chicha.
Sin embargo, el potencial peligro hizo que la zona predilecta para los vinos se situara hacia el norte de Santiago.
Durante todo el siglo XVII el cultivo de la vid y la producción de vinos aumentó de manera notable, tanto que la corona española no miró con buenos ojos esta competencia desde un reducto de su propio reino con la producción de vinos hispana. Por ende, se dictaron durante el siglo varios decretos prohibiendo la plantación de nuevos viñedos e incluso se impusieron algunos impuestos por mantenerlos.
Empero, de acuerdo a lo que escribe el historiador Francisco Encina, los connacionales continuaron plantando viñas a pesar de la prohibición, la que fue finalmente levantada hacia 1678.

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